36 años después, los lápices siguen escribiendo

Siempre vi los hechos que pasaban en el mundo como algo ajeno a mi. Como algo lejano, inhumano, inconcebible en mi cabeza. Como si todas las atrocidades en la historia de la humanidad hubiesen sido cometidas por humanoides, una raza distinta a la mía, algo externo y pasado que jamás volvería a suceder.

Pero cada tanto me agarra la crisis existencial y empiezo a pensar que no, que esa gente era humana. Que cada secuestrador, torturador, represor, alguna vez fue un chico chiquito que fue al jardín, se hizo amigos, se sentó a tomar la leche mirando los dibujitos. Que, como yo, esas personas tuvieron sueños, proyectos, esas personas alguna vez amaron a alguien, lloraron, se rieron. Y me resulta imposible. Me resulta total y completamente imposible concebir que alguien que vive en el mismo mundo que yo pueda siquiera evaluar el hecho de lastimar fisicamente a otro por pensar diferente. Me hace mal, me confunde, no puedo entender qué falló en ese nene, cuándo fue que se desvió de una manera tan horrible. 

Y como si no fuera suficiente piel de gallina la que me producen estos momentitos de conciencia, pienso que esto puede volver a pasar. Que si bien estamos salvados del pasado por siempre, nadie nos puede garantizar el futuro.