miércoles

Sobre Life of Pi

Antes que nada: si usted no vio Life of Pi lo invito a cerrar esta página ahora. Ya. La cerró? Se la voy a cagar, eh. Déle, no sea boludo. La vio entonces, no? De verdad? Bueno.

Quedé fascinada con esta película. No sólo me parecieron impecables las actuaciones, los escenarios y la fotografía, sino que me hizo reflexionar sobre mis propias creencias. O no creencias, mejor dicho.
Nací, me bautizaron, fui a un par de misas, me confesé y tomé la comunión. Crecí y me di cuenta de que todo eso era, en mi humilde opinión, el circo más enorme que se había montado en toda la historia de la humanidad, y renuncié. No creo en la iglesia católica ni en ninguna institución religiosa, llámela iglesia, templo, meca o baticueva (aunque esta última se puede charlar), lo cual no significa que sea completamente terrenal. Creo en las energías y en el poder de la mente, pero eso es otro capítulo aparte.
Obviamente es más entretenida una historia con gente desnuda, frutos prohibidos, castigos, paraísos con acceso denegado, arcas, traiciones y sacrificios, pero enfrentémoslo: la realidad no es tan novelera. Estudiar teorías evolutivas no es tan llamativo como leer la historia de dos hijas que emborracharon y violaron al padre (aunque usted no lo crea esto está en la biblia realmente, busque la historia de Lot en el Génesis, estos religiosos son increíbles) pero es real, es empírico, hay pruebas, pasó, PASA. En Life of Pi, el final nos deja la libertad de elegir cuál de las dos historias que se nos plantean nos agrada más. Si hablamos de preferencias, yo prefiero la historia de los animales porque me divierte que me muestren espejitos de colores. Pero que me los muestren no significa que me guste comprarlos, y es por esto que los miro, juego un ratito y los dejo donde estaban: yo definitivamente compro la segunda historia. Tanto en esta película como en la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario