Todos podemos soportar discusiones cotidianas, peleas fuertes, frases malintencionadas, reproches, veneno, venganzas, etcétera etcétera etcétera. Somos bastante de hierro para muchas cosas (o de jabón? de jabón, de jabón), pero contra todo pronóstico siempre existe esa palabra de más que nos destruye. No sé cómo categorizarla, es una ecuación complejísima que involucra palabra, individuo, intencionalidad, circunstancia, historia, marcas de la infancia y algún otro elemento que no logro identificar. Esa frase que no te tenían que decir. Las poquitísimas letras de más que entran a tu alma sin permiso y desatan a Katrina. Eso que te mete el dedo en la llaga y lo da vueltas como un destornillador del infierno, haciendo un agujero en el corazón digno de Sol y Belén Fraga. Para esos momentos creo fervientemente que cada persona debería tener una palabra clave única, personal, irrepetible e intransferible que le indique a nuestro interlocutor que se pasó de la raya, que nos está lastimando de verdad, que bajo esos términos no queremos jugar y que vamos a llamarla a mamá para que nos venga a buscar. A modo ilustrativo:
-Mi ex tendrá mil cosas malas pero jamás me hubiera dicho algo así.
-Batata.
-Y decidimos que vamos a prescindir de tus servicios en la empresa.
-Batata.
-Tenemos que hablar.
-Batata batata batata batata batata batata batata batata
-Leído a las 22.34
-Batata.
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