Es simple, no le gustan. Se acercan, le elogian alguna característica o pertenencia, y a ella se le cierra el pecho. “¿Éstas? Son viejísimas” responde ante un “me encantan tus botas”; “No me salió como me hubiera gustado” es la frecuente respuesta ante un halago hacia uno de sus dibujos; “No sé de esto, sigo la receta nomás” viene después de cualquier suspiro producto de su cocina.
Y así va por la vida, con los cachetes colorados corriendo a contramano de todos los elogios y tratando de esconderse detrás de alguna columna de humildad que pueda tapar todas esas cosas buenas que le incomoda tanto que los demás vean. Porque los demás las ven. ¿Pero ella? A veces sí, a veces no, de todas formas no son nada especial (piensa Carolina), lo puede hacer cualquiera (piensa Carolina), fueron pura suerte (piensa Carolina), sería pedante estar de acuerdo (piensa Carolina).
Ey, Carolina: el amor propio no equivale a pedantería.
Hace muy poquito aprendí que ser egocéntrico es decir “yo soy mejor que vos”. Pero ¿decir “yo soy buena”? Eso es un grito de autovaloración hermoso.
Aguante vos, Carolina. Me encantan tus dibujos.
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