martes

Qué te pasa, Buenos Aires

-La última vez que me causó tanta ternura escuchar a alguien reírse me terminé enamorando, así que te lo voy a preguntar una vez más y te pido por favor que seas sincero: ¿Estás completamente seguro de que no vas a terminar siendo un idiota?
-Completamente.

Y siguieron caminando de la mano como lo hacen las almas en comunión, uniendo chacras a través de los dedos, experimentando la real conexión del Ser y siendo ellos dos lo que todo el mundo busca y poca gente tiene el valor y la paciencia para encontrar. Recorriendo entre risas Viamonte, Tucumán, Lavalle y después Corrientes con sus luces y la gente saliendo y entrando del teatro como si de un desfile se tratara, un Sambódromo de almas e historias entrecruzadas que quizás ya se encontraron una vez, dos veces, tres veces, plenamente ignorantes ellos ante estas probabilidades. Y del Ópera sale Josefina que se va a la casa y está triste porque la obra que acaba de ver le removió asuntos familiares no del todo resueltos, dejándole un sabor amargo en la boca que el cigarrillo que está encendiendo no le puede sacar y ‘¿Vamos, amor?’ le pregunta Javier pero ella no contesta porque está ausente, con la mirada perdida, pensando involuntariamente en ese día en la casa de sus viejos en que vio a su hasta entonces superhéroe papá levantarle la mano a su vieja. El humo flota en frente suyo y se evapora con esa visión mientras ella vuelve a tierra de golpe por un sacudón verbal producto de una insistente repetición de su marido que realmente quiere pagar el estacionamiento e irse para llegar a casa y tirarse de una vez sobre la cama. Y es que fue un día larguísimo para él, empezó antes de tiempo con la alarma mal puesta ‘Te dije las diez y cinco, mi amor, no las cinco y diez’ y después ya no pudo volver a dormirse. Cinco horas teóricamente ganadas al día que a él le resultaron completamente contraproducentes, machacándolas queriendo dormitar y lográndolo solo por segundos, para terminar otra vez con los ojos abiertos en el medio de la oscuridad de la habitación. Y la impaciencia, esa incertidumbre espantosa propia del sueño del ansioso, la falsa pero firme certeza de saber que no te vas a dormir y de repente encontrarte pensando algo completamente inconexo por unos segundos para instantáneamente volver a la realidad y decir ‘Ah, sí, mirá, me estaba quedando dormido’ y así en una repetición infinita hasta que, efectivamente, dan las diez y cinco y Javier se levanta con un paso cansino y se prepara para ir a trabajar con una carga mental digna de las 19 hs.

Y una pareja joven que está enamorada, y una mujer que piensa en sus viejos, y un hombre que durmió mal, y una ciudad entera llena de historias que se tejen y entretejen simultáneamente como un gran telar de tres millones de hilos.

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