-Escribí un cuento que no te va a gustar. Es sobre cuando se te acaba alguna cosa que pensás que no va a terminar nunca, como la sal, y te colgás por varios días en ir a comprarla porque claro, no estás acostumbrada a no tenerla. Y llegás a tu casa después de un día largo, no pensaste en todo el día en eso pero de repente te sentás a comer una ensalada y paf, no hay sal. Y te acordás, y decís ‘qué pelotuda’, y te comés la ensalada sin sabor a nada, a las re puteadas. Y lo peor de todo es que repetís la escena varias veces como mula terca con alzheimer: te olvidás, te acordás a la noche cuando está todo cerrado y te tenés que fumar en pipa la comida sosa. Y vas así por la vida, sin gusto a nada, hasta que un día caminando por la calle al mediodía te acordás: entrás al Carrefour y finalmente comprás la sal. Te regocijás en el placer de abrir un envase nuevo y la ves ahí, intacta, lista para que la llenes de arroz o de humedad, lo que ocurra primero. Y nada, la historia sigue pero el argumento principal es ese: a la protagonista se le acaba la sal y tiene que salir a buscar una nueva.
-¿Y por qué no me va a gustar?
-Porque vos sos la primera sal.
-¿Y por qué no me va a gustar?
-Porque vos sos la primera sal.
(De la serie “Cómo cortarle a alguien con palabras bonitas” que solo tiene este capítulo pero me pareció un título atractivo así que quedó)
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